DATOS
Sede: Capilla San Francisco el Nuevo (desde el 15 de Noviembre de 1560).
Dos años antes del fallecimiento de Nuestro insigne y célebre Rodrigo Caro, se empezaba a gestar el inicio una construcción arquitectónica en la Plaza del Altozano, el centro y corazón neurálgico de la Ciudad.
Corría el año de 1.645, vísperas de las bodas de plata de la Sacra, católica y Real Majestad de Felipe IV. Los hijos de San Ignacio de Loyola habían comprado «unas casas principales» que poseían en el lugar doña Juana y doña Isabel de Sotomayor, buscando un nuevo emplazamiento que les permitiese construir su Casa con la dignidad que exigía el prestigio y el poder de la Congregación.
Desde su llegada a Utrera, tras diversas misiones celebradas a lo largo de los primeros años de la centuria, los jesuitas pasaron por –la calle Matamoros, por el Hospital de Santa Ana — cuyos restos aparecen incorporados a la edificación de lo que sería el Teatro de la Scala, de los Cuadra — y por el Hospital de la Misericordia, dentro del callejón de la Puerta de la Misericordia (nuestro «Niño Perdido»)
La vida giraba en Utrera alrededor de la Plaza Mayor o del Pescado, pero ya se había roto muchos años antes la resistencia a dejar el amparo del recinto amurallado.
Extramuros empezó a crecer, sin agobios de espacio, una nueva población, que buscando un nuevo punto de referencia y encuentro lo resolvió al pié de la muralla, cerrando el Calzas Anchas y planteando en el lugar una espaciosa plaza que seguramente sería porticada en sus cuatro lados, al igual que todas sus semejantes en España. Testimonios gráficos quedan de estos soportales en un exvoto de Consolación que representa la plaza, llamada del Altozano, sin que hoy día acertemos a comprender el nombre en vista de lo llano del lugar.
Pues bien, en 1.645 comenzarían las obras de la Iglesia una vez terminadas las del Colegio-Residencia de San José, que tal era su nombre. Es posible que la capilla provisional del Colegio fuera lo que actualmente es la Sacristía, en cuya parte superior está la característica espadaña de otras construcciones jesuíticas, aunque algo más pequeña, de ladrillo visto, elegante y perfectamente conservada, aunque no muy visible desde la calle, tras los arcos que coronan la fachada por la calle Ancha (Virgen de Consolación).
La Iglesia fue construida por arquitecto desconocido, probablemente jesuita, pues jesuita fue, por ejemplo, el arquitecto Bartolomé de Bustamante, que proyectó la Casa profesa y Colegio Mayor Sta. Ma. De Jesús, primera sede de los jesuitas en Sevilla de la que aún subsiste la Iglesia de la Anunciación.
Las obras duraron seis años y medio. A la mitad de este período sobrevino la trágica epidemia de 1.649, que diezmó la población del antiguo Reino de Sevilla y que en Utrera, en concreto, redujo a la mitad su censo, quedando relato de sus circunstancias en la obra del médico utrerano Francisco Salado Garcés «Política contra la peste». Este hecho que produjo que la ciudad de Utrera fuera perdiendo su estatus como una de las grandes ciudades del territorio, ocasionó no obstante, el incremento de Hospitales para paliar la peste, apareciendo e incrementándose la fundación de numerosas órdenes religiosas en la urbe.
Probablemente se produjo un largo paréntesis en la obra por esta causa, recibiendo posterior impulso hasta su terminación y bendición el 18 de marzo de 1.652, siendo Rector el Padre Bartolomé Portillo. Año señalado también el de la inauguración de esta Iglesia, cuando una tropa de famélicos vecinos de Sevilla se echó a la calle produciendo una auténtica batalla campal, –el motín del hambre o de la calle Feria– que se saldó con numerosas ejecuciones al restablecerse el orden.
La Iglesia se planteó como una sola nave, a cuya cabecera quedó la Sacristía, amplia y con una hermosa bóveda apoyada sobre una columna central. A la altura de lo que constituiría el crucero, de haber sido su planta de cruz latina, el arquitecto situó una hermosa cúpula apoyada sobre pechinas; cúpula semiesférica, sin tambor ni linterna, a la que presta la profundidad de la que carece el propio motivo pictórico que la adorna, que no es otro que un motivo pictórico sobre «La Compañía de Jesús», donde se representa a San Francisco Javier en la Apoteosis de la Compañía, fechado sobre la década de 1770-1780 y atribuido al célebre pintor Juan de Espinal, considerado la figura más importante de la Pintura Sevillana de la Segunda Mitad del Siglo XVIII.
A los pies de la Iglesia se situó el coro y la puerta principal. Ésta se abre a la calle San Francisco (Clemente de la Cuadra) y ofrece la apariencia de un retablo arquitectónico en el que no falta ninguno de los elementos característicos de ese momento de transición del Renacimiento al Barroco. En el centro de la portada, como también en el centro de la cúpula, el escudo real, otra constante seña de identidad en las construcciones ignacianas.
Cobijada bajo un gran arco de medio punto, presenta un hueco adintelado entre pilastras, con ménsulas sobre los capiteles, que sostienen una volada cornisa de donde parte un segundo cuerpo con frontón curvo partido para alojar en el centro el escudo real, una constante de identidad en las edificaciones de la orden Jesuítica, que se presenta rematado por un pequeño frontón rebajado.
La fachada lateral, que se levanta a la plaza del Altozano, es muy sencilla y presenta un sencillo hueco adintelado a cuyos lados se han colocado sendos retablos cerámicos con las imágenes titulares de la Hermandad de la Vera Cruz, ambos de pintores anónimos y realizado el de Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, en las primeras décadas del Siglo XX (1924),por el célebre taller cerámico «Viuda de José Mensaque y Vera» de Sevilla, mientras que el retablo de Nuestra Señora de los Dolores, está realizado en las postrimerías de los años 60 realizado por la reconocida «fábrica de ceramistas de Pedro Navia» de Sevilla.
La iglesia en su interior, está organizada a partir de una sola nave, en cuya cabecera queda situada la Sacristía. A la altura de lo que sería el crucero de la iglesia, se levanta una cúpula semiesférica simple, sin tambor y sin linterna, que se apoya sobre pechinas y donde aparecen representados los cuatros arcángeles: Miguel, Gabriel, Rafael y Uriel.
El Retablo Mayor de gran calidad y clara esencia Barroca, se le sitúa sobre mediados del siglo XVIII su realización y próximo a la producción del sevillano y prolífico taller familiar de los García y Santiago, sin duda de los mas importantes de dicha época dieciochesca.
La parte superior del retablo nos muestra a una serie de ángeles sosteniendo un manto colgado de la corona real, a modo de dosel, en cuyo interior se cobija el retablo. Consta de banco, sotobanco y dos cuerpos de tres calles cada uno, separadas por estípites. Todo el conjunto está decorado con adornos vegetales y volutas.
Presidiendo el retablo Mayor se encuentra nuestra principal titular mariana y una de las mayores imágenes devocionales de nuestra localidad, Ntra. Señora de los Dolores, de cuya autoría existen dos versiones; la primera es que se trata de una imagen de autor y época desconocida y remodelada en su totalidad por Castillo Lastrucci, en el año 1923. Y la segunda, es que fue realizada completamente por este último autor y regalada por Mercedes Gutiérrez de la Cuadra en dicho año. Sin embargo de lo que no hay duda es que esta esplendorosa imagen que contemplamos en la actualidad a día de hoy, es fruto de la profunda y maravillosa intervención que realizó Sebastian Santos Rojas a mediados de la década de los cincuenta del siglo XX.
Flanqueando a Ntra. Señora de los Dolores, en la hornacina de la calle izquierda del retablo, se puede apreciar una imagen de vestir de San Francisco de Asís, de autoría desconocida aunque por sus características plásticas, muy cercanas al círculo de Martínez Montañés y probablemente datadas en las postrimerías del Siglo XVII. Aparece representado con hábito Franciscano, crucifijo en mano derecha y rosario en la izquierda.
En la Hornacina de la calle derecha del retablo, San Antonio de Padua, imagen de vestir de autor anónimo y fechadas sobre el XVII. Aparece representado con hábito monacal, ramo de lirios en su mano derecha y niño Jesús de pie sobre libro de plata de ley.
El cuerpo superior está presido por un San José con el Niño, con relieves de medallones policromados a los lados donde aparecen representados San Joaquín y Santa Ana por un lado, y Santa Inés con el cordero y Santa Isabel por otro.
A continuación en el muro de la epístola, nos situamos ante el retablo de San Diego de Alcalá, fechado a comienzos del siglo XVIII, con combinación de colores rojos y dorado, cuya imagen de indiscutible calidad artística de este gran prolífico santo se le viene atribuyendo a la gubia del artista Pedro Duque de Cornejo.
Dicho Santo, Patrón de los Franciscanos Legos, aparece representando abrazando a la cruz muy común y representativo de su iconografía y presenta un rico ornamento de motivos vegetales y acanto en su estofado dorado del Hábito monacal de una calidad inconmensurable a pesar del deterioro y mal estado de conservación en el que se encuentra.
geométricos a base de volutas y roleos con hojas de
En el muro del Evangelio, a los pies del altar de la Santa Cruz, nos encontramos la portentosa imagen del Santísimo Cristo Yacente, del escultor moronense Manuel Martín Nieto, realizada y bendecida en el año 2003. Imagen de índole realista con un carácter neobarroco muy propio de la producción de este artista, reflejando con gran maestría el patetismo y el sufrimiento de La Pasión de Nuestro Señor.
A continuación, el retablo de Nuestro Milagroso Padre Jesús Atado a la Columna. Imagen barroca de mediados del siglo XVII, popularmente atribuido al taller de Pedro Roldán, aunque recientes estudios atribuyen la imagen a la gubia del artista Utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón. Esta imagen se encontraba tabicada y en la antigua capilla del Rosario, el día veintidós de junio de mil setecientos cuarenta y nueve. En el retablo escoltando a Nuestro Señor, aparecen dos santos de autoria anónima: San Estanislao de Kostka y San Luis de Gonzaga.